lunes, 14 de noviembre de 2011

Shiratia

Desde que nací, mi padre me puso vigilancia y no había momento del día en el que estuviera sola. Siempre había algún soldado, doncella o criado estaba a mi lado. Según decían, tardé poco tiempo en andar, pero en lo referente al hablar, era más reservada, puede ser que no tuviera nada que decir, o simplemente es que no quería. Lo que me divertía era perseguir y ver que hacía mi hermana mayor, aunque ésta, ante mi presencia, nunca sonreía. Su expresión era más bien de repugnancia. Según iba creciendo, mi padre me ponía más tareas que realizar, hasta vio adecuado ponerme a estudiar con mi hermana, a pesar de que por su edad, tendría que saber más cosas que yo. Nuestro maestro, también conocido como el maestro Kramegh, era un hombre alto, misterioso, con ojos azules, y a la vez irónico y sombrío. Parecía que era la única persona del reino que prefería a mi hermana antes que a mí, ya que su comportamiento hacia mi persona era completamente frío, como si el solo hecho de estar a mi lado le aborreciera o como si  toda yo soltara un extraño hedor. Eshira, mi hermana, no jugaba nunca conmigo. Muchas veces huía de mí, me empujaba para que no pusiese seguirla o simplemente se volvía para decir cosas que no entendía. Además, no encontraba muchos amigos de mi edad, y eso hacía que me tuviera que divertir yo sola, con la compañía de alguien que mi padre mandara, que no solían ser muy adecuados, sólo alguanas muchachas de varios años más que no me entendian,empleadas de la casa, que no comprendían mi manera de jugar ni mis necesidades como niñita, y mi madre solía estar muy atareada como para jugar conmigo. Mi vida era solitaria hasta que conocí  a un niño de mi edad. Además, siempre que le veía estaba dentro del castillo y eso me daba cierta libertad. Se llamaba Braenar. Para mi era un chiquillo fascinante y para los demás también debía de serlo, ya que la única que lo veía era yo. Esto tuvo repercusiones, ya que  pronto vi como todos, cuando pasaba por mi lado, cuchicheaban, y se difundió que la princesa, la “elegida”, estaba loca. Esto volvió a  mi padre  más estricto, pues no se podía permitir que mi reputación se pusiese en entredicho. Me mandó mas tareas, ejercicios y libros que leer, que superaban incluso los trabajos de Eshira, pero todas las noches Braenar seguía ahí, en cualquier rato él estaba ahí, por lo que ya no me sentía sola.


Esta historia esta escrita por Marta Jimenez y Lorena Aguilar

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