lunes, 5 de marzo de 2012

Cangura para todos

Sonó el timbre.
El señor abrió la puerta.
La escalera estaba muy oscura.
Alguien, con un pañuelo atado a la cabeza,
el entregó una tarjeta que decía:

"Se ofrece cangura muy domesticada
para doméstica".

-Pase, por favor; llevamos un mes como locos sin niñera ni cocinera.
Siéntese.
El señor abrió de par en par la ventana y de par en par los ojos.

Ante él tenía un canguro imponente.

-¡Pero bueno! ¿Pero como? ¿Pero cómo ha llegado usted aquí?

-Pues saltando, saltando, un día di un salto tan grande
que me salté el mar.

-¡Clo! ¡Clo!- el señor parecía que iba a poner un huevo,
pero era que llamaba a su esposa,
que se llamaba Dulce Mariana Clotilde del Carmen, pero él,
para abreviar, la llamaba Clo.

Apareció Clo y desapareció al mismo tiempo gritando:
-¡Dios mío, hay un canguro en el sofá! ¡Un canguro!
-Cangura, señora, cangura, soy niña- aclaró el animalito
estrando sus orejas y lamiéndose las manos.
-¡ven, Clo! Ten confianza...
Volvió a aparecer Clo muerta de asombro.
-Mírala bien, parece limpia y espabilada,
además a los niños les gustará. Yo creo que conviene
que se quede en casa.
Clo, la señora, miraba a la cangura de reojo, tragando saliva...
¿Cuál es su nombre?- preguntó por preguntarle algo.
-Marsupiana, parra servirles.
Y la cangura se quedó en casa para servirles.


Gloria Fuentes

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