lunes, 10 de octubre de 2011

Shiratia

El viento agitaba las pocas hojas secas que adornaban la tierra yerma y muerta. En las llanuras del Oráculo, las plantas se negaban a crecer, como si el poder que emanaba la torre les hiciese sentirse cohibidas por su insignificancia. Las criaturas vivas aborrecían el lugar. Todas, excepto los humanos. Cuando el Gran Oráculo hablaba, todos los reyes de Shiratia se reunían y escuchaban. Sus voces airadas, sus disputas internas, sus miedos y alegrías se quedaban en sus respectivos hogares. No valía la pena arrastrar cargas tan pesadas hasta tierras lejanas y peligrosas, donde la esperaza se fusionaba con los horrores en rincones tan íntimos que resultaba complicado distinguir si los hombres que llegaban al concilio poseían más de uno o de otro. Siempre había sido así, desde el principio de los tiempos, cuando la tierra aún era joven y las guerras eran algo abstracto y relativo. Y nadie lo contradeciría jamás.

Normalmente, el Oráculo murmuraba frases que conllevaban poca o ninguna trascendencia para el funcionamiento de los reinos. Sin embargo, de vez en cuando, la magia se revolvía sobre sí misma. Todos lo notaban. Desde el más minúsculo insecto hasta el más poderoso de los señores que habitaban en sus hermosos palacios, inconscientes de lo que sucedía entre los pueblerinos de los reinos vecinos. La magia del Oráculo no conocía de clases, ni de excepciones. Los consejeros deliberaban y decidían. Los monarcas debían partir, y eso hicieron. Las grandes profecías eran impredecibles, jamás se sabía cuando unas nuevas palabras brotarían de los labios exangües de las sacerdotisas, pero si algo se sabía era que no eran frecuentes, y los reyes se reservaban el derecho de escucharlas de primera mano. El Oráculo sufrió una convulsión. Los reyes más débiles apartaron la mirada. Su visión era capaz de cautivar al más poderoso, envolviéndolos en su hechizo letal. Pero no era ésa su misión, no esa noche. Los labios de mármol se agitaron una vez más, y se entreabrieron:



-          “Llegará un día en que se tambalearán los cimientos de vuestro mundo. Un día aciago, negro, gris y dorado que hará rubricar las espadas de mil naciones. En ese día señalado por los dioses nacerá un bebé. Una madre condenada dará a luz a un heredero de ojos violetas. Ése día un pueblo llorará de alegría, pues habrá nacido un gran gobernante, pero sus ojos también llorarán sangre. Será bendecido con los mayores poderes imaginables, extremada inteligencia y un corazón de oro. Pero el día que ese gran soberano nazca, condenará a su pueblo. Muchos le odiarán, y, aún sin desearlo, provocará el gran cataclismo. Su enemigo natural, el heredero de Drakenhard, hará lo posible  por destronarlo y dominar así todos los reinos bajo su mortal mandato. Todos padeceréis grande tormentos si las tierras son tomadas por las huestes de la oscuridad. Las sombras se aliarán con él, tomando la menor oportunidad posible  de sumir el mundo en tinieblas, y lo harán. Shiratia sólo sobrevivirá al infierno en la tierra si el caballo alado de Parjha apoya al Elegido en la batalla.”



Esto es un pequeño fragmento de un libro que escribo con una amiga
Shiratia Vol 1 por Lorena Aguilar y Marta Jimenez

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