Hoy en día tenemos miles de series, que podemos ver, que pueden pertenecer a distintos subgéneros, como acción, terror, suspense, investigación, romance....
Ya pueden ser que vayan de gente extremadamente rica, de gente trabajadora, que vaya sobre muertos vivientes, vampiros, como la agetreada vida de un hospital o como un médico atormentado fastidia a sus compañeros y pacientes o de investigaciones.
Hoy dejo unas cuantas series que a mi me gustan.
The Walking Dead
Serie recientemente estrenada, que va sobre el fin del mundo o más especificamente de la raza humana. Donde un grupo de personas se une e intenta luchar contra personas que tras estar muertas se guian por instintos (zombies). Basada sobre todo sobre la supervivencia.
Mentes Criminales
Policias y criminologos, que investigan, muertes, secuestros, desapariciones. Hacen perfiles de los posibles sospechosos y como la navaja de Ockham, buscan los sospechosos más provables, que puedan estar implicados en los crimenes.
Urgencias
Serie que comenzo en 1992 y finalizo en 2009 con nada menos que quince temporadas, donde se ve la ajetreada vida de las sala de urgencias y comlo los médicoas luchan contra el cansacio , luchan por le bienestar del paciente .
Veronica Mars
Estrenada en 2004 y acabada en 2006 con tres temporadas, habla de una joven adolescente, que es una detective que se pone encontra de muchas personas y gana a otras por luchar por lo que ella piensa que es justo.
miércoles, 28 de diciembre de 2011
miércoles, 14 de diciembre de 2011
CANCIÓN DE INVIERNO
Cantan. Cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que cantan?
Ha llovido. Aún las ramas
están sin hojas nuevas. Cantan. Cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
los pájaros que cantan?
No tengo pájaros en jaulas.
No hay niños que los vendan. Cantan.
El valle está muy lejos. Nada...
Yo no sé dónde cantan
los pájaros -cantan, cantan-
los pájaros que cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que cantan?
Ha llovido. Aún las ramas
están sin hojas nuevas. Cantan. Cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
los pájaros que cantan?
No tengo pájaros en jaulas.
No hay niños que los vendan. Cantan.
El valle está muy lejos. Nada...
Yo no sé dónde cantan
los pájaros -cantan, cantan-
los pájaros que cantan.
Aqui dejo una poesia de Juan Ramón Jimenez que tiene mucho que ver con la estacion en la que nos encontramos
domingo, 27 de noviembre de 2011
El bosque de las animas
La Noche de Difuntos, me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez aguijoneada la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarlo de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
A las doce de la mañana, después de almorzar bien, y con un cigarro en la boca, no le hará mucho efecto a los lectores de El Contemporáneo. Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire de la noche.
Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas.
-Atad los perros, haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Animas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras, pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima. Tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos. Los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían a la comitiva a bastante distancia. Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:-
-Ese monte que hoy llaman de las Animas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran solos sabido defenderla corno solos la conquistaron. Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres. Los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos. Cundió la voz del reto, y nada fue a parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras. Antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería. Fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega la noche de Difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos. Y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria lo llamamos el Monte de las Animas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, y absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
-Hermosa prima exclamó, al fin, Alonso, rompiendo el largo silencio en que se encontraban, Pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales, sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia: todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la Corte francesa, donde hasta aquí has vivido se apresuró a añadir el joven. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo contestó la hermosa, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo..., que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven que, después de serenarse, dijo con tristeza:
-Lo sé, prima; pero hoy se celebran Todos los Santos y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volvióse a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a reanudarse de este modo:
-Y antes que concluya el día de Todos los Santos en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico:
-¿Por qué no? -exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho, como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro, y después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
-Si.
-¡Pues... se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
-¡Se ha perdido! ¿Y dónde? -preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
-No sé... En el monte acaso.
-¡En el Monte de las Animas! -murmuró, palideciendo y dejándose caer sobre el sitial. ¡En el Monte de las Animas! -luego prosiguió, con voz entrecortada y sorda-: Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces. En la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario de mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres, y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche..., ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, cuya sola vista puede helar de terror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarlo en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que, cuando hubo concluido, exclamó en un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores.
-¡Oh! Eso, de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de Difuntos y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte se puso en pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar, entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós, Beatriz, adiós, Hasta pronto.
-¡Alonso, Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerlo, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
Había asado una hora, dos, tres; la medianoche estaba a punto de sonar, cuando Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, y, a querer, en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven, cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la Iglesia consagra en el día de Difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de las campanas, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo-, y poniéndose la mano sobre su corazón procuró tranquilizarse.
Pero su corazón latía cada vez con más violencia, las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes con chirrido agudo, prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y grave, y aquellas con un lamento largo y crispador. Después, un silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la medianoche; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas, que casi se siente, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas las direcciones, y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada; oscuridad de las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho. ¿Soy yo tan miedosa como esas pobres gentes cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos, intentó dormir...: pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas de aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, y otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin, despuntó la aurora. Vuelta de su temor entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, tendió una mirada serena a su alrededor, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron, despavoridos, a notificarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que por la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Animas, la encontraron inmóvil; asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros, muerta, ¡muerta de horror!
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de Difuntos sin poder salir del Monte de las Animas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas terribles. Entre otras, se asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa y pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
lunes, 14 de noviembre de 2011
Shiratia
Desde que nací, mi padre me puso vigilancia y no había momento del día en el que estuviera sola. Siempre había algún soldado, doncella o criado estaba a mi lado. Según decían, tardé poco tiempo en andar, pero en lo referente al hablar, era más reservada, puede ser que no tuviera nada que decir, o simplemente es que no quería. Lo que me divertía era perseguir y ver que hacía mi hermana mayor, aunque ésta, ante mi presencia, nunca sonreía. Su expresión era más bien de repugnancia. Según iba creciendo, mi padre me ponía más tareas que realizar, hasta vio adecuado ponerme a estudiar con mi hermana, a pesar de que por su edad, tendría que saber más cosas que yo. Nuestro maestro, también conocido como el maestro Kramegh, era un hombre alto, misterioso, con ojos azules, y a la vez irónico y sombrío. Parecía que era la única persona del reino que prefería a mi hermana antes que a mí, ya que su comportamiento hacia mi persona era completamente frío, como si el solo hecho de estar a mi lado le aborreciera o como si toda yo soltara un extraño hedor. Eshira, mi hermana, no jugaba nunca conmigo. Muchas veces huía de mí, me empujaba para que no pusiese seguirla o simplemente se volvía para decir cosas que no entendía. Además, no encontraba muchos amigos de mi edad, y eso hacía que me tuviera que divertir yo sola, con la compañía de alguien que mi padre mandara, que no solían ser muy adecuados, sólo alguanas muchachas de varios años más que no me entendian,empleadas de la casa, que no comprendían mi manera de jugar ni mis necesidades como niñita, y mi madre solía estar muy atareada como para jugar conmigo. Mi vida era solitaria hasta que conocí a un niño de mi edad. Además, siempre que le veía estaba dentro del castillo y eso me daba cierta libertad. Se llamaba Braenar. Para mi era un chiquillo fascinante y para los demás también debía de serlo, ya que la única que lo veía era yo. Esto tuvo repercusiones, ya que pronto vi como todos, cuando pasaba por mi lado, cuchicheaban, y se difundió que la princesa, la “elegida”, estaba loca. Esto volvió a mi padre más estricto, pues no se podía permitir que mi reputación se pusiese en entredicho. Me mandó mas tareas, ejercicios y libros que leer, que superaban incluso los trabajos de Eshira, pero todas las noches Braenar seguía ahí, en cualquier rato él estaba ahí, por lo que ya no me sentía sola.
Esta historia esta escrita por Marta Jimenez y Lorena Aguilar
martes, 25 de octubre de 2011
¿Qué es para mi literatura?
Para mi literatura, es una forma de comunicarse, ya sea a través pequeñas historias, fabulas, leyendas, poemas o simplemente con palabras. Pero es comunicarse tanto para quien la escribe como para quien la lee.
viernes, 21 de octubre de 2011
Érase una vez, en Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.
Aterrado, el criado volvió a casa del mercader.
-Amo -le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
-Pero ¿por qué quieres huir?
-Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
-Muerte -le dijo acercándose a ella-, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?...”
La muerte sonrió, abrió su mano y le mostró una pequeña esfera. En su interior había un mensaje , un desafortunado futuro de pobreza, enfermedad y al final, la muerte. El mercader aterrado corrió a su casa y se escondió. Abandonó sus deberes como mercader, su casa y hasta a él mismo. Perdió su riqueza, se puso enfermo y por último murió. El antiguo sirviente volvió y al encontrar a su antiguo amo muerto, decidió ocupar su lugar. Cuidó de la casa y ocupo su puesto en el mercado, obteniendo aquella vida que su antiguo amo tenía.
martes, 18 de octubre de 2011
Mi vida en un SMS
Nci l 26 d junio d 1990, comnc a ir al col. sn jose, ay stuve asta q cumpli 16 añs,pa marxarm dspes a realizar el baxiller al col. las rosas durnt 2añs , kando trmin fui a la uni complu a acer mats, pro m vine al Ces.
lunes, 10 de octubre de 2011
Shiratia
El viento agitaba las pocas hojas secas que adornaban la tierra yerma y muerta. En las llanuras del Oráculo, las plantas se negaban a crecer, como si el poder que emanaba la torre les hiciese sentirse cohibidas por su insignificancia. Las criaturas vivas aborrecían el lugar. Todas, excepto los humanos. Cuando el Gran Oráculo hablaba, todos los reyes de Shiratia se reunían y escuchaban. Sus voces airadas, sus disputas internas, sus miedos y alegrías se quedaban en sus respectivos hogares. No valía la pena arrastrar cargas tan pesadas hasta tierras lejanas y peligrosas, donde la esperaza se fusionaba con los horrores en rincones tan íntimos que resultaba complicado distinguir si los hombres que llegaban al concilio poseían más de uno o de otro. Siempre había sido así, desde el principio de los tiempos, cuando la tierra aún era joven y las guerras eran algo abstracto y relativo. Y nadie lo contradeciría jamás.
Normalmente, el Oráculo murmuraba frases que conllevaban poca o ninguna trascendencia para el funcionamiento de los reinos. Sin embargo, de vez en cuando, la magia se revolvía sobre sí misma. Todos lo notaban. Desde el más minúsculo insecto hasta el más poderoso de los señores que habitaban en sus hermosos palacios, inconscientes de lo que sucedía entre los pueblerinos de los reinos vecinos. La magia del Oráculo no conocía de clases, ni de excepciones. Los consejeros deliberaban y decidían. Los monarcas debían partir, y eso hicieron. Las grandes profecías eran impredecibles, jamás se sabía cuando unas nuevas palabras brotarían de los labios exangües de las sacerdotisas, pero si algo se sabía era que no eran frecuentes, y los reyes se reservaban el derecho de escucharlas de primera mano. El Oráculo sufrió una convulsión. Los reyes más débiles apartaron la mirada. Su visión era capaz de cautivar al más poderoso, envolviéndolos en su hechizo letal. Pero no era ésa su misión, no esa noche. Los labios de mármol se agitaron una vez más, y se entreabrieron:
- “Llegará un día en que se tambalearán los cimientos de vuestro mundo. Un día aciago, negro, gris y dorado que hará rubricar las espadas de mil naciones. En ese día señalado por los dioses nacerá un bebé. Una madre condenada dará a luz a un heredero de ojos violetas. Ése día un pueblo llorará de alegría, pues habrá nacido un gran gobernante, pero sus ojos también llorarán sangre. Será bendecido con los mayores poderes imaginables, extremada inteligencia y un corazón de oro. Pero el día que ese gran soberano nazca, condenará a su pueblo. Muchos le odiarán, y, aún sin desearlo, provocará el gran cataclismo. Su enemigo natural, el heredero de Drakenhard, hará lo posible por destronarlo y dominar así todos los reinos bajo su mortal mandato. Todos padeceréis grande tormentos si las tierras son tomadas por las huestes de la oscuridad. Las sombras se aliarán con él, tomando la menor oportunidad posible de sumir el mundo en tinieblas, y lo harán. Shiratia sólo sobrevivirá al infierno en la tierra si el caballo alado de Parjha apoya al Elegido en la batalla.”
Esto es un pequeño fragmento de un libro que escribo con una amiga
Shiratia Vol 1 por Lorena Aguilar y Marta Jimenez
Si os gustan los libros de misterio, romance y ciencia ficción os recomiendo esta web
http://www.juvenilromantica.es/
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